Por: Lizamy Martínez
Comunicadora Social
@MLizamy
Recientemente inicié una etapa nueva en mi
vida. Fue un cambio de esos que llegan como un relámpago, pero realmente fue
algo que pedí en mis oraciones, así que fue una petición concedida. Aunque de
entrada, sabía que con este giro, vendría el proceso de adaptación, ya una vez
estuve dentro del mismo, me ví a punto de enganchar los guantes. ¿Te ha pasado
algo similar?
Cuando llegan los cambios drásticos a nuestra
vida, muchas veces éstos pudieran ser como grandes gigantes frente a nosotros. Nuestra
salud, tanto física como emocional, puede verse afectada ante un cambio en el
ritmo de vida. También llegan los cuestionamientos y las dudas a invadir
nuestros pensamientos y toda la incertidumbre pudiera provocarnos temor. Este
gigante hay que procurar detectarlo de inmediato para vencerlo y caminar hacia
nuestro propósito.
En el comienzo de esta nueva faceta en mi
carrera profesional, el temor se apoderó de mí. La razón mayor, distanciarme de
mi familia para cumplir con mis compromisos. Aunque siempre he contado con el
apoyo de ellos, el yo poder adaptarme al cambio, me costó. Creo que ya perdí la
cuenta de la cantidad de preguntas que me hice a mi misma y las que le hice a
Dios. Una y otra vez llegaban los famosos “por qués”, hasta que cambié la
pregunta y entonces dije: “para qué…”.
Cuando descubres tu propósito en la vida, sabes
que aunque estés solo pasajeramente en un lugar, para algo en particular
llegaste al mismo. De igual forma, sabes que detrás de la pérdida de gente que
amas o de cosas que te gustaban, hay un plan divino que se ha trazado para ti
desde hace mucho.
Muchas veces, pasamos por momentos dolorosos
que llegan de repente, y para los cuales no nos preparamos de antemano. Más
aun, pudiera ser que nadie, excepto Dios, entienda lo que hay dentro de ti. En
un momento dado, como bien les conté en la pasada edición, tuve que tener mi propio
minuto de silencio, porque dentro de mí vivía un dolor que me tenía paralizada
y yo pensé que no lo podría superar. Yo anhelaba un cambio en muchos sentidos.
Abrí mi corazón y lo desnudé en oración delante de Dios, porque estaba segura
de que Ėl comprendía claramente mis sentimientos. Aunque mi historia nadie la
comprendiera, tenía plena seguridad de que frente a Ėl podía expresarme sin
temor a ser juzgada, señalada, o rechazada, porque así actúa un padre que ama a
su hijo.
Ahora he entendido que los cambios que estoy
atravesando, estaban en el paquete que contenía aquella angustia que tanto guardé
en mi corazón. En medio de todo, sabía que no moriría por la tristeza y que
algún día saldría de la encrucijada. Miro atrás, y veo solo remanentes de lo
que pasó. ¿Qué si aun lloro? Bueno, lloro de vez en cuando, pero de
agradecimiento profundo hacia Dios, porque me regaló un cambio, drástico, pero
beneficioso, y por supuesto lleno de promesas y de un plan divino poderoso que
estoy segura veré cumplirse en mi vida.
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